venerdì 23 dicembre 2011

Palermo, Buenos Aires - septiembre 1981
Resurrección

A Daniel Fiorucci, in memorian.

No es el placer la muerte, es sólo ausencia de dolor. No les creas a los buitres.

Lo que hubo no se conoce hasta que se ha perdido. Al calor de la manta sobre mi pecho una mano se demora. Aún estás conmigo. Creo que a pesar de lo débil y temeroso que pueda ser un hombre, lleva encima tantos pecados como puede soportar. Un amor así no sirve. Sirve humanidad.

Ausente de mi mismo, en la ausencia me transformo. Deberías temer mis cartas, deberías quemarlas o guardarlas cuidadosamente. La vida es cruel: siente miedo de lo que sucede, de aquello que puede suceder, de los eventos. Después de haber golpeado la frente contra todos los muros, sale de la propia piel, de las venas, del ultimo aliento: hacia el otro. Y siempre manos que se apretan a tu cuello, que se retuercen locas, generosas.

-(. . .)
-¿Pero vos quién mierda sos, un discurso, o un hombre? ¿Una nacionalidad, o un hombre? ¿Una profesión, o un hombre?
-(. . .)
-Conmigo deberías abrirte, yo debo saber a quién amo.
-(. . .)
-Deberías ser simple, no buscar frases preciosas, las cosas preciosas son las que se escapan de la boca.
-Buh...
-No pienses, no calcules, sé.
-¿Sé?

Parecer de muchos y ser poco. He ahí el problema, y he aquí la solución: Esperar. Semejar. Ser de carne. Es decir: ¡Un animal! 

La próxima vez no deberíamos hablar de estas cosas. Shhh... No hablemos.

¿Qué es lo más importante? Conocer y ocultar. Conocer algo sobre el bien amado y ocultar que lo amas. En ocasiones, el pudor es más fuerte que la pasión: la pasión del secreto, la pasión de la revelación. Me es aún más insoportable nombrarte, que no saber.

Mi primo Miguel Ángel un día, cuando no tenía más de diecisiete años, recibió una patada en el muslo jugando al fútbol. El hematoma perduró, devino tumor maligno, fue operado, le extrajeron una porción de hueso de su pierna derecha, luego otra. Nunca se quebró el que sin embargo sufría periódicas extracciones de osamenta. Nunca entregó su espíritu rebelde, desgarrado, ni aún en los postreros días, cuando lo vi la última vez en una cama de hospital, con sólo los despojos de su cuerpo. Aún allí su espíritu resplandecía, llenaba la habitación. Su rostro era sonrisa luminosa, voluntad de dar, de entregarse a la simpatía del otro, de promoverla, de provocarla, entre ataque y ataque de dolor, el seguía siendo luz sin mácula. Santo. 

¿Porqué entonces se empecina en seguirme con su cojera, el hermoso, el amado primo? ¿Acaso sabe que un día yo...?

-Ves, en este pedacito de tierra está Miguel Ángel. Pobre loco. Sigue perdiendo todo. Del nombre no le queda más que la à, mayúscula.

Aún enfermo, para él nada era difícil. Salvo el amor. Por eso tal vez lo quisieron tanto las mujeres fáciles. De idéntica condición otros tantos seres circunscriptos por espesas capas de alma. Mediterráneos en ansia de un entrarse en la carne. De una salida al mar. Porque el amor es un gran océano de dicha. El secreto del fastidio: el tiempo. Un silencio de estopa. La invisible actualidad. Y andamos y andamos cojeando, como Miguel Ángel detrás mío, para exhibir nuestro pasado: las fotos reveladas. Y nuestro futuro: las fotos por revelar.

Nada consuela tanto la decepción propia como comprobar la decepción ajena. Tenía una vaga idea de ello y solía rabiar contra los flemáticos. Sea cual fuere la vergüenza que me alcance, no quiero renunciar a mi desesperación, ni a mi honestidad. Yo les digo: no se desapasionen, porque la pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad. Y un día como cualquier otro y sin que ustedes lo perciban. Yo los habré resucitado.

Eduardo Magoo Nico

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